6.3 Para pensar un poco: El cociente de inteligencia

Podemos empezar a hablar del tema con una introducción del físico Santaolalla (que nunca defrauda en sus videos)

La inteligencia de una persona se compone de múltiples factores ( razonamiento aritmético, manejo del lenguaje, memoria, capacidad de anticipación…). En realidad, no existe una manera “real” de medir la inteligencia de nadie. Lo único que se puede hacer es “estimarla” de alguna forma, de manera que siempre podrá existir alguna imprecisión en la medida que se dé sobre la inteligencia de alguien.

Lo que se conoce como cociente de inteligencia (muchas veces mal llamado coeficiente) es el resultado de un test que mide y califica los diferentes factores que forman la misma. El primer test fue inventado en 1905 por Alfred Binet, psicólogo francés, con la intención de identificar a escolares que necesitasen atención especial.

En este documental nos hablan de este y otros temas relacionados:

Anteriormente, Francis Galton diseñó una serie de cuestionarios para medir los rasgos y las características de grupos de población que consideraba relevantes, viendo que las personas de mejor posición social y económica tendían a dar mayores signos de inteligencia que el resto. Estos estudios también le permitieron ver que la inteligencia, al igual que las características físicas, se comporta estadísticamente mediante una distribución normal: la gran mayoría de las personas tiene un nivel de inteligencia muy cercano a la media, mientras que las personas con valores extremos (por su inteligencia muy baja o muy alta) son siempre claras minorías.

Al ver que la estadística podría ser muy útil para conocer las características mentales de nuestra especie y el modo en el que se expresan las diferencias individuales en ella, Galton decidió utilizarla para comprobar la validez de sus hipótesis sobre la inteligencia. Había llegado a la conclusión de que las personas más inteligentes eran una minoría y que esta coincidía con la minoría más acomodada, pero… ¿era esto un signo de que la educación cara favorecía el desarrollo de grandes intelectos, o es que la herencia biológica de las familias ricas tiende a generar individuos inteligentes?

Para responder a la pregunta anterior, Galton decidió buscar casos en los que se pudiese descartar la influencia de la herencia innata, lo cual permitiría ver los efectos del aprendizaje. Esto es, recurrió al estudio de gemelos monocigóticos. Estudiando las diferencias en cuanto a características mentales de estos gemelos a lo largo de varios años, observó algo curioso: podían ser muy diferentes o muy semejantes, pero este patrón raramente cambiaba con el tiempo. Es decir, los gemelos que eran muy parecidos al nacer seguían pareciéndose mucho años más tarde, y los que eran muy distintos desde sus primeros años seguían siéndolo en etapas posteriores.

Este descubrimiento hizo que Francis Galton, aún reconociendo la influencia del aprendizaje y del entorno sobre el individuo, terminase por darle más importancia a lo innato y a la herencia recibida por los padres y madres: a fin de cuentas, los efectos de un ambiente que cambia constantemente no parecía ser muy significativo en los rasgos psicológicos de los gemelos, que se mantenían más o menos iguales con el paso del tiempo.

Posteriormente al desarrollo del test de Binet en 1905, el psicólogo Lewis M. Terman (1877-1956) realizaría una revisión de la escala de aquel, que recibiría el nombre de escala Stanford-Binet. En dicha escala incluiria la medición del Cociente de Inteligencia desarrollado por William Stern (1871-1938), multiplicandolo por cien con el fin de eliminar fracciones. Crearía pues el Cociente Intelectual que se conoce hoy en día, permitiendo una medición más precisa del nivel de inteligencia.

Uno de los interrogantes qué más controversia ha causado a lo largo del último siglo es si la inteligencia es mayoritariamente heredada. De ser así, este planteamiento servíría de base a los partidarios de la eugenesia (como Galton) para el desarrollo de medidas activas que favoreciesen el desarrollo de medidas para los más privilegiados (en este caso por su capacidad intelectual).

Curiosamente, uno de los factores más influyentes en esta controversia constituye también una de los más audaces historias de falsificación científica de la ciencia reciente. Y cuyo protagonista fue ni más ni menos que Cyril Burt (1883-1971), que había sido médico de cabecera de Francis Galton. Galton creó por primera vez en Inglaterra una cátedra de psicología de la que su discípulo se convirtió en titular en 1907. Su mayor tarea fue continuar el camino trazado por Galton y Charles Spearman, el primer gran psicólogo inglés y creador del analisis factorial. Esta historia puede leerse con más detalle en el libro de Federico di Trocchio (Trocchio 1977).

En sus numerosas publicaciones, Burt utilizó ampliamente las pruebas de inteligencia con el objeto de demostrar sus hipótesis de que la inteligencia está determinada por factores hereditarios. Los estudios más importantes fueron los de dos gemelos idénticos separados; es decir, los denominados “gemelos verdaderos”, que por diferentes razones habían sido educados por familias distintas. El motivo del interés de Burt por estos individuos era evidente. Los gemelos idénticos poseían idéntico patrimonio genético. Si hubiera podido demostrar que, aunque crecieran en familias diferentes, mantenían el mismo cociente de inteligencia, habría tenido entre manos la prueba más evidente del carácter hereditario de la inteligencia. Habría demostrado que las costumbres y las capacidades adquiridas en el ambiente cultural en el que crecemos no mejoran en absoluto, o lo hacen solo en parte, los potenciales intelectuales innatos.

Para demostrar matemáticamente su teoría, Burt trabajó con el coeficiente de correlación de Pearson. En el caso de los gemelos idénticos, el razonamiento de Burt fue el siguiente: este tipo de gemelos posee el mismo patrimonio hereditario. Si los sometemos a algunas pruebas de inteligencia, evaluando en forma numérica sus respuestas y comparando luego las puntuaciones de uno y otro, el coeficiente de correlación entre las dos medidas nos permitirá evaluar la influencia de la herencia en la inteligencia. En particular, si las dos medidas resultan correladas positivamente, el índice de correlación obtenido puede considerarse una medida exacta de la incidencia efectiva de la herencia en la inteligencia.

Burt obtuvo una correlación positiva de 0.771 para los gemelos idénticos criados en familias separadas, y una aún más elevada de 0.944 para los gemelos criados por la misma familia. Creía haber demostrado de forma rigurosamente matemática que la inteligencia es una cualidad que se hereda de los padres y no puede adquirirse, sino en una mínima parte, a través de la educación.

En aquella época nadie se atrevió a discutir los fundamentos de los estudios y la exactitud de las conclusiones de Burt, pero muchos años después se reveló que en aquellos investigaciones podían plantearse varios interrogantes:

  • Ante todo, los gemelos eran demasiados. Los primeros datos presentados por Burt en 1955 se referían a 21 pares de gemelos idénticos. En 1958 los pares estudiados ascendieron a 30, y en su último artículo de 1966 se convirtieron en 53.

  • Los gemelos idénticos son de hecho poco frecuentes y los son mucho menos los idénticos criados separadamente.

  • A pesar de que el número de gemelos aumentaba con el tiempo, los coeficientes de correlacion seguían siendo los mismos, es decir 0.771 y 0.944. Desde el punto de vista estadístico esto parecía imposible dado que a medida que aumentaba el número de gemelos esos coeficientes deberían variar por lo menos en alguna cifra decimal. Sin embargo, durante muchos años nadie dio importancia a esta anomalía.

Mientras tanto, las ideas de Burt se afirmaron en el mundo científico e influyeron en el sistema educativo, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. El gobierno inglés, por ejemplo, adoptó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial una prueba elaborada sobre las bases de la idea de las ideas de Burt, a la que se sometían todos los niños ingleses a los 11 años, a fin de establecer qué tipo de educación era la más adecuada para ellos, si la superior o la inferior. El examen fue abolido en 1969 aunque las críticas habían comenzado a surgir a partir de 1950, el año en que Burt que entonces tenía 68 años fue nombrado profesor honorario y se jubiló.

El efecto más sorprendente de las ideas de Burt se presentó en septiembre de 1971 cuando Richard Hernstein, profesor de Harvard, público un artículo en el que sostenía que la clase social a la que pertenece un individuo está determinada en gran parte por las diferencias hereditarias del cociente de inteligencia. Es decir, que los pobres son tal porque son hijos de pobres y estúpidos y, recíprocamente, los ricos son así porque son hijos de padres que su mayoría son ricos e inteligentes. Posteriormente, Hernstein publicó un libro con otro autor, llamado “The Bell Curve” (Murray and Herrnstein 1994) que redundaría más en la polémica y del que hablaremos un poco más abajo.

En 1954, cuando se le solicitaron a Cyril Burt los datos de sus experimentos, respondió que un compañero suyo iba a publicarlos, pero nunca los dio a conocer. En octubre de 1976, un periodista del Sunday Times descubrió que otras dos presuntas colaboradoras de Burt, Margareth Howard y Jane Conway, resultaban por completo desconocidas en la Universidad de Londres. Howard y Conway aparecían además como autoras de numerosos artículos y reseñas publicadas en el Journal of Statistical Psychology que casualmente estaba dirigido por el mismo Burt. Todas eran reseñas muy favorables a las aportaciones de Burt, reivindicando sus prioridades científicas e incluyendo duros ataques contra aquellos que no compartían sus ideas.

Finalmente, en 1979, Leslie Hearnshaw, un psicólogo que ocupaba en Liverpool la cátedra que había sido de Burt, fue contratado por la hermana de Burt para escribir una biografía de este. Hearnshaw encontró datos relativos a otros 15 pares de gemelos y comprobó que los datos de los otros 38 eran totalmente inventados. También verifico que Burt había escrito con nombres falsos un total de más de 20 cartas y reseñas con el fin de poder citar una y otra vez sus trabajos. De la biografía escrita por Hearnshaw surgió el retrato de un hombre muy inteligente pero con graves problemas de carácter.

En su libro, Federico diTroccio comenta que Burt ha sido el más afortunado de los investigadores acusados y encontrados culpables de fraude científico, ya que, gracias a algunos otros científicos que trataron de apoyar sus teorías y trabajos, sus investigaciones aun son consideradas por buenas en muchos casos. Por ejemplo, el psicólogo Robert B. Joyson y el sociólogo Ronald Fletcher publicaron sendos libros en los que intentaron rehabilitar a Burt. El más importante es The Burt affair (Joynson 1989), publicado por Joynson en 1989. El objetivo fue refutar las acusaciones de Hearnshaw y demostrar que las teorías de Burt se apoyaban en investigaciones efectivamente realizadas, no en datos falsificados.

http://www.jotdown.es/2013/07/genes-y-politica-dos-decadas-despues-de-la-publicacion-de-the-bell-curve/

The Bell curve es un libro publicado por Charles Murray y Richard Herrnstein (HM a partir de ahora) en 1994.

El objetivo del libro es el estudio de la evolución de la sociedad americana basándose en las diferencias en habilidades cognitivas —esencialmente la inteligencia—. En concreto, intenta demostrar que

  1. la inteligencia es un factor que se puede medir correctamente gracias a los tests estandarizados de cociente intelectual (CI);

  2. que esta es hereditaria en una proporción que varía entre el 40% y el 80% y que esto cuestiona la posibilidad de mejorarlo mediante la educación;

  3. que la inteligencia está asimétricamente repartida entre la población y permite predecir muchos aspectos cruciales de la vida en sociedad, como el éxito social, la criminalidad, las diferencias salariales y que la inteligencia será, por razones económicas y tecnológicas, cada vez más importante en el futuro; y

  4. Que las tres conclusiones anteriores tienen un impacto sobre las políticas públicas.

Para entender lo controvertido de la tesis del libro conviene detenerse en este último punto. En primer lugar, HM analizan distintas políticas y llegan a la conclusión de que, en parte debido a su carácter hereditario, los esfuerzos por mejorar la igualdad han tenido un éxito modesto en el mejor de los casos. En segundo lugar, el hecho de que las personas más inteligentes tengan menos hijos plantea un grave problema demográfico dado que amenaza el «stock de CI» de la sociedad americana. En particular, el hecho de que sean precisamente las mujeres más inteligentes las que se incorporan al mundo del trabajo y tienen menos hijos supone un reto importante para la demografía. Finalmente, argumentan contra de las políticas de discriminación positiva dado que estas estarían guiadas por la creencia, equivocada según su argumento de que las desigualdades sociales no están justificadas por diferencias de habilidad y, además, fomentarían que «los menos buenos» se reproduzcan socialmente con más éxito.

El libro “The Bell Curve” quizá sea uno de los más criticados en la historia de la psicología, y tal vez su crítico más acervo haya sido Stephen Jay Gould, quien en 1996 publicó una extensa revisión de su libro “The Mismeasure of Man” (‘La Falsa Medida del Hombre’) (Gould 1996) dirigida a refutar directamente la mayoría de los asertos que aparecían en el libro “The Bell Curve”. Una de las razones por las que Jay Gould criticaba el libro “The Bell Curve” era había muchos rasgos que pasaban de generación a generación y no eran ni hereditarios ni genéticos, como por ejemplo, si a los pelirrojos se les diera un capón en la cabeza cada cuarto de hora durante las clases, probablemente la mayoría obtendría peores resultados académicos que los que tienen el pelo de otro color, y a sus hijos (también bajo el azote de los capones, pero además educados en una familia de pelirrojos absolutamente enojados, descontentos consigo mismos y desesperanzados) aún les iría peor. Lo que se hereda, en ese caso, no es una baja capacidad intelectual, sino un entorno hostil nada apropiado para el desarrollo.

La polémica era inevitable. Las conclusiones políticas del último punto son una consecuencia lógica de las tres conclusiones anteriores, de forma que una cantidad sustancial de ideas recibidas parecían puestas en entredicho. A lo que el lector no prevenido se enfrenta leyendo The Bell Curve es a un volumen de más de 900 páginas de análisis estadísticos aparentemente sólidos, argumentos matizados expresados en un lenguaje equilibrado y amable que, prescindiendo de juicios de valor o de motivaciones políticas aparentes, llevaban a conclusiones extravagantemente conservadoras que en la mayoría de los círculos se calificarían de «darwinismo social».

Una parte de las reacciones al libro de HM fue particularmente agria, rechazando la totalidad de la obra partiendo de la falta de crédito de sus autores y recurriendo a descalificaciones personales, a sus motivaciones políticas o sus filiaciones académicas. El problema del papel del CI para medir la inteligencia fue suficientemente sonado como para que la American Psychological Association (APA) pidiera la elaboración de un informe a un grupo de trabajo en el que se encontraban algunos de sus afiliados con más renombre. El informe llegó a conclusiones matizadas que, reconociendo el impacto de la biología, la heredabilidad y la naturaleza sobre la inteligencia, sugería que las afirmaciones más rotundas y especialmente las recomendaciones políticas no estaban bien fundamentadas. Este diagnóstico crítico fue extendido por un artículo publicado el año pasado por parte del grupo de trabajo que destacan que hoy la importancia de la heredabilidad es menor.

Además de distintas críticas que cuestionaban el análisis estadístico o los métodos de medición, las dos que tienen un interés mayor para el problema de la relación de la genética con la política son la que cuestiona la relevancia del CI para explicar el grueso de las desigualdades y la que cuestiona la ineficacia de las políticas públicas para modificar resultados atribuidos a la genética.

Los críticos y sus críticas: James Heckman y la importancia de la primera infancia

El estadístico de la Universidad de Chicago y premio Nobel de Economía James Heckman escribió una reseña del libro en el Journal of Political Economy donde, aun reconociendo la importancia del libro al poner de relieve el papel de las habilidades explicando la estratificación social, cuestionaba varias de sus tesis centrales. En primer lugar, ponía en duda que un único factor, como el CI, pudiera medir los distintos aspectos de las habilidades cognitivas. Heckman se unía así a los distintos académicos que, como Sternberg, defendían que la inteligencia es una realidad con distintas facetas que no puede expresarse en una única dimensión (una perspectiva también documentada por el informe de la APA) y el artículo escrito en 2012 por parte de sus autores.

En segundo lugar, Heckman cuestionaba igualmente que la educación careciera de poder para modificar el CI. En un artículo posterior, Heckman muestra con sus coautores que los años adicionales de educación tienen un impacto sustancial sobre los resultados obtenidos en los tests de aptitudes cognitivas.

En tercer lugar, Heckman ponía en un segundo plano la importancia de la inteligencia explicando el éxito social, destacando especialmente lo que ha venido a llamarse las habilidades no cognitivas o socioemocionales. Heckman ha dedicado una buena parte de su carrera a demostrar que para explicar la productividad de un trabajador, incluso en actividades con un alto contenido intelectual, habilidades no estrictamente intelectuales como la perseverancia, la paciencia, la capacidad para organizarse, la estabilidad emocional, la empatía o la capacidad para trabajar en una organización sujeto a una jerarquía y dentro de un equipo juegan un papel crucial; habilidades estas que no son medidas por los test de inteligencia.

Recomendamos la visión de los siguientes documentales para “reorganizar” conceptos y profundizar en los conocimientos de este interesante tema:

Bibliografía

Gould, Stephen Jay. 1996. The Mismeasure of Man. WW Norton & Company.

Joynson, Robert B. 1989. The Burt Affair. Taylor & Frances/Routledge.

Murray, Charles, and Richard Herrnstein. 1994. “The Bell Curve.” Intelligence and Class Structure in American Life, New York.

Trocchio, Federico di. 1977. Las Mentiras de La Ciencia. Madrid: Alianza editorial.