Capítulo 26 El Principito
La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el perno, la sed y la muerte. ¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: “la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…”. No sabía qué decirle, cómo consolarle y hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!
—El Principito de Saint-Exupéry (1900-1944).
En un librero pequeño de 3 repisas, que se encuentra en la recepción de nuestra oficina, he colocado 9 libros, 3 en cada repisa. En el primer nivel se encuentran los libros Principios Matemáticos de la Filosofía Natural de Isaac Newton; Análisis Estructural Latente de Paul F. Lazarsfeld y Estadísticas Profesionales de SPSS. En el segundo nivel se encuentran los libros Administración del Capital de Marca de David Aaker; Administración Estratégica de la Marca de Kevin Lane Keller y La Nueva Estrategia de la Administración de Marca de Jean Noel Kapferer. Y en el estante superior están los libros El Poder del Ahora, de Eckhart Tolle; El Dios que Nunca Fue de Osho y La Mística de la Iluminación de U.G. Krishnamurti. Encima de ese librero hay una estatuilla que simboliza el equilibrio (véase figura 26.1).
Entre los libros científicos y técnicos del primer nivel, está el más importante que se haya publicado en toda la historia de la ciencia, me refiero al que escribió Isaac Newton, el padre del cálculo infinitesimal. También se encuentra uno que escribió Paul Lazarsfeld, quien es el padre de la investigación de mercados cuantitativa. Asimismo, hay un libro técnico del paquete estadístico para las ciencias sociales; que a estas alturas ya es obsoleto, pero en su tiempo fue un referente en la investigación social. Desde mi punto de vista, ese es el primer escalón que tiene que subir un investigador profesional; la ciencia y tecnología nos ayudan a relacionar el conocimiento en formas que no pueden hacerlo las personas sin preparación. El segundo escalón tiene que ver con la profesión, allí tengo los 3 mejores libros que se han escrito sobre marcas, porque me dedico a la investigación de mercados y marcas. Cuando llegas a ese escalón tus colegas empiezan a ofrecerte un pequeño lugar dentro de la profesión. Sin embargo, es probable que después de haber subido esos 2 escalones llegues a la conclusión de que todo lo que has hecho de nada te ha servido: te has desvelado, trabajado como loco, sacrificado para lograr reconocimiento y mejorar tu posición económica, pero sigues igual o peor, porque ahora, no sólo no has conseguido el éxito que tanto anhelas, sino encima de todo, estás frustrado. Tú avión se ha detenido en el desierto del Sáhara, el más grande del mundo, dentro de un continente negro. Nada de lo que te dijeron o pensaste que te abriría las puertas ha funcionado. Ha llegado el momento de componer tu avión. Sin que nadie te lo haya enseñado, buscarás subir al tercer escalón. Éste último es el más riesgoso, pero el más necesario. Si sales airoso de esta prueba sentirás, por primera vez, lo que es el equilibrio y la paz. Muy distinto al éxito y reconocimiento que tanto has buscado. Voy a compartir contigo tres momentos claves de mi vida que se relacionan con los niveles de mi pequeño librero.
26.1 Un hombre que habla 2 idiomas vale por dos.
Nosotros fuimos 6 hermanos, y mi madre, como lo hacen cientos de miles de mujeres en México, se encargó de criarnos. Sobra decir que nuestras condiciones económicas eran sumamente precarias. Cuando tenía 16 años mi madre me comentó que existía la posibilidad de ir a los Estados Unidos, pues en un acto de amor mi padre, quien vivía en ese país, le había comentado que nos podría ayudar a llegar a los Estados Unidos. Obvio, cruzando ilegalmente a ese país. Aunque no lo crean, mi primer pensamiento no fue ir allá para hacer dinero, como la mayoría de mis compatriotas, sino para aprender inglés. A mis dieciséis años, intuía que me iba a servir en el futuro. Sin pensármelo mucho, me fuí por espacio de un año. Las cosas no salieron tal como lo había imaginado, pero durante todo ese tiempo no cejé en mi propósito de aprender el idioma (véase figura 26.2).
Fue durante mi estancia en ese país que conocí a un maestro, quien vive en mi corazón desde siempre, que me dijo que un hombre que habla dos idiomas vale por dos; y tratándose del inglés yo diría que vale hasta tres. Aprender inglés fue el primer pequeño paso que di en busca de una vida mejor.
26.2 El ratón de los dientes.
Es fácil que un joven se desatienda de lo que le conviene y en mi caso esto era completamente cierto. Después de regresar de los Estados Unidos y con 17 años cumplidos entré a trabajar a una dependencia de gobierno, con el único mérito de haber terminado la escuela secundaria y por supuesto, tener un familiar que trabajaba allí, quien me había recomendado. Desde ese momento y hasta que cumplí los 24 años, fue tiempo de borrachera un viernes sí y al otro también. En una de esas juergas, yendo de regreso a casa, un sábado por la mañana, cerca de las escaleras del metro de la ciudad de México, un joven pasó por detrás de mí corriendo con sus libros rumbo a la universidad. En ese mismo momento sentí como mi corazón se acongojó y me surgío un fuerte deseo por ir a la universidad. Igual que a El Principito, ese joven nos recordó nuestra vocación frustrada de “dibujante”. Ese mismo día inicié la educación preparatoria vía fast track bajo el sistema abierto y antes de que concluyera el año ya había logrado ingresar a mi querida universidad. Así, casi a los 29 años estaba concluyendo mi carrera. Cuando salí de la Universidad me encontré con una realidad totalmente distinta a la escolar, pasé de la total relajación y gozo por la vida, a la más absoluta ansiedad, pues me daba cuenta que, en términos prácticos, no sabía hacer nada. ¿Quién me iba a pagar o contratar con esas carencias?, pensaba yo. Bajo esas circunstancias llegué con el responsable de la profesión que tengo. El maestro Bumy, como le decían sus alumnos y amigos, nos había enseñado algo de SPSS y de investigación en la Universidad; tenía una empresa llamada Pearson, que en esos años era muy conocida. No fue posible contratarme con él, pues tenía sus plazas cubiertas, pero se ofreció a entrenarme. Así fue que trabajaba más de 12 horas diarías, sin recibir un solo centavo por mi trabajo. Esto duro un par de meses. En ese entonces en mí se daban cita dos cosas: el hambre y las ganas de comer. No tenía dinero y mi único alimento era agua caliente, calentada en el microondas de la empresa, con nescafé, azúcar y crema, pero tenía ganas de aprender así que aguantaba. Fue así como perdí un diente de los incisivos, a cambio de un entrenamiento en investigación de mercados que me permitiera tener una vida mejor.
26.3 No se puede ver a través de un diamante.
Ese entrenamiento me ayudó a colocarme en otras empresas y continuar buscando una vida mejor. No obstante, por alguna razón, el éxito económico y profesional siempre se me negó. A pesar de todo el empeño, esfuerzo y tiempo que le había dedicado a ese propósito. Más bien era al contrario, salía de una crisis para entrar en otra. Eso me hacia sentir totalmente fracasado. Con ese sentimiento a cuestas, llegué a mis cuarenta y tantos años. En paralelo, con mi eterna crisis económica y profesional, falleció mi madre64; qué mas puedo decir, me derrumbé. Me encontré en medio del desierto más grande del mundo, dentro de un avíon averidado. Mi reacción fue sentarme en una silla de lona que teniamos en el patio, a hacer ni decir nada. Estaba dispuesto a no mover un solo dedo, pues pensaba que no tenía ningún caso esforzarse si siempre salías perdiendo. Estaba convencido de que los dados estaban cargados.
En ese estado, sin tener nada que hacer, y sin ningún entrenamiento en meditación, empeze a sentarme en posición de flor de loto. ¡Ya saben!, con las piernas cruzadas, una encima de la otra. Cerraba mis ojos y trataba de concentrarme en el silencio y la sensación de mi cuerpo. Así lo hice durante varios meses, honestamente, no recuerdo cuántos, tal vez tres o cuatro. Lo que sí recuerdo muy bien es a mi esposa preguntándome si ella y mis hijos ya no me importaban, pues se daba cuenta que no hacia absolutamente nada durante todo el día, y sólo me la pasaba sentado. A lo que respondí preguntándole si necesitaba dinero, ella me dijo sí. Entonces, ponte a trabajar, le respondí. Así lo hizo y durante casi un año no se volvió a hablar más del asunto. Al cabo de esos tres o cuatro meses, pensé que era una pérdida de tiempo absoluta lo que estaba haciendo. Sin embargo, un día, estando solo en mi cuarto, se me ocurrió repetir una pregunta, la cual había leído, era una pregunta que podías hacerte durante la meditación. En voz alta pregunté: ¿Quién soy yo?, la repetí no sé cuantas veces, no muchas creo, y de pronto escuché una voz masculina, la voz más clara y nítida que haya escuchado jamás en mi vida, diciéndome ¡Jorge!; eso fue todo. Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo. Me dio tanto miedo que de un salto me puse de pie. Me di cuenta que del susto estaba sudando. Después de eso pasaron varias semanas sin que volviera a hacer meditación, porque sentía miedo de repetir la misma experiencia. Cuando por fin volví a hacerlo, no ocurrió nada durante las siguientes tres semanas o algo así. Más de repente, durante mi meditación volví a escuchar otra voz, esta vez sin que yo hubiera pronunciado palabra alguna, era la de una mujer, menos clara y casi parecía como si fuera producto de mi imaginación, diciéndome: ¡Jorge! Después de eso, pasó algún tiempo sin que sucediera nada nuevo, por lo que continué con mi meditación. Eso me hacía sentir tranquilo, calmado y en paz.
No sé cuánto tiempo pasó desde que me senté por primera vez a meditar, probablemente haya sido un año. Durante ese tiempo, casi siempre sentía un cosquilleo en la cabeza. Aunque no era molesto me intrigaba y, en cierta forma, me preocupaba que fuera una enfermedad. Algunos amigos me recomendaron hacerme unos estudios para descartar cualquier problema. Como no me afectaba en nada, no lo hice y me quedé con la duda hasta noviembre del 2010; año en que me encontré a mi propio Principito. Un día, como a las 11:00 de la mañana, mientras estaba meditando, me entró una especie de sueño y alcancé a escuchar como si un jet estuviera despegando, en eso mis oídos se taparon y todo quedó en silencio, entonces ví una luz blanca circular y pequeña que se iba abriendo cada vez más y más. Era un círculo de luz que se iba expandiendo gradualmente. Esa misma expansión la podía sentir en mi ser; es decir, sentía como si me pudiera expandir en toda la casa, por las escaleras, la sala de estar, las habitaciones. Asimismo, alcanzaba a escuchar mi respiración, me daba cuenta que cada vez que respiraba sentía una libertad y un júbilo tan tremendo que procuraba respirar cada vez más profundo y prolongado. En ese momento pensé: me estoy iluminando. Hasta allí llegó mi viaje, escuché el mismo ruido que hace un jet, pero en esta ocasión, aterrizando, y regresé a mi estado normal. Ahí estaba yo, plenamente conciente con una sensación de bienestar y con los ojos bien abiertos, con una energía que no había sentido jamás en mi vida. Esta experiencia se repitió como unas cinco veces más, pero cada vez con menos fuerza. En fin, meses después me enteré que lo que me había pasado se llama expansión de conciencia y es tan grata que se vuelve muy significativa en tu vida.
Por esa misma época gran parte de mis sueños se tornaron lúcidos, era muy grato darme cuenta que estaba soñando porque podía hacer cosas muy divertidas. No solamente tenía sueños lúcidos, sino que en ocasiones me percataba de lo que estaba sucediendo a mi alrededor; era como estar en dos dimensiones al mismo tiempo. Las experiencias que había tenido hasta ese momento eran gratas en general. Sin embargo, el cosquilleo en la cabeza era otra cosa. Por las noches sentía ese cosquilleo en todo mi cuerpo; era tan intenso que había dejado de ser placentero. Más bien me inspiraba un miedo incontrolable. Esos cosquilleos dieron paso a escalofríos que me recorrían todo el cuerpo y me hacian sudar de miedo; la cabecera de mi colchon estaba literalmente empapada en sudor. Eso se prolongó por espacio de tres meses dejándome en un estado deplorable; pues era muy poco el sueño que podía lograr. Al final, cansado de esas ininterminables noches de terror, no pude luchar más contra esa sensación de muerte y me dejé arrastrar, diciéndome: ¡que pase lo que tenga que pasar! En ese preciso momento, escuché un zumbido en mi oído derecho que se hizo cada vez más fuerte, era el jet, ya familiar para mí, despegando, de tal manera que cuando el sonido se hizo muy fuerte escuché un tronido y un dolor intenso en ese oído, que dicho sea de paso me duró todo el día siguiente. Justo después del tronido, todo quedó en silencio y ví una pantalla negra, y en el centro de la pantalla un diamante amarillo flotando (véase figura 26.3). Simultáneamente una voz masculina me decía: Todas tus respuestas las obtendrás a través de él. Extendí mi mano para tomar el diamante y ver a través de él, pero lo único que veía era opacidad. Al igual que en ocasiones anteriores, sentía un júbilo tremendo que me hizo querer gritar de alegría; aunque guardé silencio porque sabía que mi esposa estaba recostada a mi lado y no quería despertarla. Nunca ví a la persona que me hablaba, sin embargo, podía percibir como era, él era delgado, alto, sin pelo, de barba blanca y vestía túnicas blancas. Finalmente, volví a escuchar el zumbido, pero esta vez del jet que aterrizaba. Gradualmente se fue apagando el zumbido hasta que en un instante oí nuevamente los ruidos del exterior.
Desde ese año y hasta la fecha no he vuelto a tener ese tipo de experiencias; aunque el cosquilleo es algo que siempre me acompaña en diferentes situaciones y lugares. Sin embargo, he tenido varias experiencias de amor infinito al prójimo. Como cuando dos delincuentes me pararon para asaltarme y abracé a uno de ellos, sonrieron y me dejaron ir; eso sí que fue divertido. A veces el simple hecho de caminar me hace inmensamente feliz. Con los años ese estado de gracia se ha ido atenuando y hoy me pongo loco como todo mundo, pero esas experiencias siempre me recuerdan que hay vida más placentera fuera del éxito que nos ha impuesto la sociedad. Actualmente, no surge en mí el deseo de tener una empresa reconocida o de éxito. Estudio programación, estadística bayesiana, cálculo infinítesimal y procesamiento del lenguaje natural, pues son cosas que siempre me han gustado, pero que había pospuesto para darme más tiempo de estudiar lo que los expertos en marketing dicen que uno debe saber. Hasta el día de hoy no sé qué significado tengan todas esas experiencias; sin embargo, una cosa me quedó clara desde ese momento: no necesito una empresa para ser feliz. Lo que estudio me gusta por el simple hecho de saber. Buscar el éxito o la iluminación se parecen mucho porque pones toda tu vida y esfuerzo en ello y olvidas El Principito que llevas dentro. He aquí lo que dice uno de mis autores favoritos, U.G. Krishnamurti:
La gente me llama un “hombre iluminado” - yo detesto ese término - ellos no pueden encontrar otro nombre para describir la forma en que estoy funcionando. Al mismo tiempo, yo señalo que no existe en absoluto la iluminación. Lo digo porque toda mi vida he buscado y deseado ser un hombre iluminado, y descubrí que no existe tal cosa, y así la cuestión sobre si un hombre en particular es un iluminado o no jamás surge. Me importa un rábano un Buddha de hace 2,500 años, y mucho menos todos los demás demandantes que tenemos entre nosotros. Son un manojo de explotadores, que viven a costa de la credulidad de las personas. No hay ningún poder más allá del hombre. El hombre ha creado a Dios a partir del miedo. Así que el problema es el miedo, no Dios. He descubierto para y por mí mismo que no hay “yo” qué realizar - esa es la realización de la cual estoy hablando. Llega como un golpe demoledor. Te golpea como un rayo. Uno pone todo en el mismo canasto, la auto-realización, y, al final, inesperadamente descubre que no hay “yo” que descubrir, no hay “yo” que realizar - y uno se dice a sí mismo “¡¿Qué diablos estuve haciendo toda mi vida?!” Eso lo deshace.
Siempre me ha gustado leer, por lo que busqué consuelo a mi dolor en la lectura. Fue así que leí un libro de la Dra. Elizabeth Kubler Ross que habla sobre la muerte, su proceso y la posible eternidad del alma. El libro: La muerte un nuevo amanecer es realmente hermoso y un bálsamo para quien ha perdido un familiar o ser querido.↩