Capítulo 2 Antecedentes Historicos - 1898 y Hostos

El año 1898 marca un antes y un después en la historia de Puerto Rico y en su trayectoria política y cultural. Este capítulo se adentra en los tumultuosos eventos de la Guerra Hispanoamericana y las consecuencias de la invasión estadounidense, explorando cómo estos momentos históricos definieron el futuro de la isla y el papel crucial que desempeñaron figuras como Eugenio María de Hostos.

2.1 El Contexto de la Guerra Hispanoamericana

A finales del siglo XIX, el Imperio Español enfrentaba un evidente declive, mientras emergían los Estados Unidos como una potencia global en ascenso. La Guerra Hispanoamericana, que comenzó en 1898, no solo fue un conflicto por el control de territorios, sino también un reflejo de ambiciones imperialistas de la época. Puerto Rico, al estar bajo el dominio español, se encontró atrapado en el centro de estas fuerzas colosales.

La invasión estadounidense de Puerto Rico fue directa y estratégica, culminando con el Tratado de París y el traspaso oficial de la isla al control estadounidense. Aunque este cambio de soberanía prometía modernización y progreso según los discursos oficiales, también sembró profundas incertidumbres y desafíos en la identidad puertorriqueña.

2.2 Federico Degetau

La figura de Federico Degetau, primer Comisionado Residente de Puerto Rico en Washington, personifica el inicio de un debate cultural y político sobre la identidad puertorriqueña bajo el dominio estadounidense. Este análisis explora su postura respecto al español como lengua vernácula en Puerto Rico, su defensa de la igualdad política en el contexto de su país natal y su aparente posición frente a la preservación cultural o la asimilación.

El Español como Lengua Vernácula

Federico Degetau abogó por el uso y la preservación del español como lengua principal en Puerto Rico, reconociendo que el idioma era un elemento definitorio de la identidad cultural. Si bien trabajó en una realidad dominada por el inglés en Estados Unidos, nunca abandonó su compromiso con el español, considerándolo no solo un medio de comunicación sino un reflejo de la herencia cultural y una herramienta esencial para la cohesión social en la isla.

Relación con la Operación Serenidad

La Operación Serenidad, décadas más tarde, retomó esta insistencia en afirmar las raíces culturales puertorriqueñas, incluyendo el idioma, como forma de reforzar un sentido de identidad nacional en medio de la modernización y las presiones externas. El énfasis de Degetau en el español puede interpretarse como un precursor clave de este enfoque cultural transformador.

Igualdad Política y Visión Integradora

Degetau fue un firme defensor de la igualdad política para Puerto Rico en su papel como territorio estadounidense. Su esfuerzo en Washington buscaba asegurar que los puertorriqueños disfrutaran de los mismos derechos que los ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, su modelo era matizado. Aunque impulsaba la integración política, no necesariamente promovía una asimilación cultural completa. Para Degetau, la integración no implicaba renunciar a la identidad cultural, sino encontrar una manera de coexistir en el marco de los valores democráticos estadounidenses.

Esta dualidad entre preservación y modernización política se reflejó en la Operación Serenidad, que buscaba balancear la modernización económica y cultural sin perder la esencia nacional. Al igual que Degetau, Muñoz Marín promovió un mensaje de equilibrio en el que los cambios necesarios no debían significar la pérdida total de lo propio.

Defensa de la Cultura vs. Asimilación

La postura de Degetau frente a la cultura puertorriqueña puede describirse como una defensa moderada. Aunque reconocía el valor de la integración política, también entendía la importancia de resguardar aspectos culturales fundamentales. No era un defensor de la asimilación total al modelo cultural estadounidense, sino más bien alguien que proponía un modelo de coexistencia que aprovechara lo mejor de ambos mundos.

Paralelismos con la Operación Serenidad

El pragmatismo de Degetau encuentra eco en la Operación Serenidad, la cual navegó las aguas de la modernización y la dependencia estadounidense mientras intentaba construir un modelo cultural propio que fortaleciera la identidad puertorriqueña y la serenidad colectiva, sin caer en la completa asimilación ni en el aislamiento.

En síntesis, Federico Degetau representa un punto de partida intelectual que conecta con los principios de equilibrio y serenidad planteados posteriormente por la Operación Serenidad. Su defensa de la lengua española y su rechazo de la asimilación cultural total son testimonios de la tensión constante entre identidad y modernización en la historia de Puerto Rico.

2.3 Eugenio María de Hostos

En este convulso cruce de caminos históricos, la voz de Eugenio María de Hostos resonó con fuerza. Conocido como el “Ciudadano de América”, Hostos dedicó su vida a la educación, la justicia social y la emancipación de los pueblos latinoamericanos. Ante los cambios radicales que sacudían a Puerto Rico, Hostos representó un faro de esperanza y resistencia intelectual.

La Liga de Patriotas, fundada por Hostos en 1898, fue su respuesta a la invasión estadounidense. Esta organización buscaba fomentar un sentido de unidad y propósito entre los puertorriqueños, promoviendo la educación cívica y la participación activa en la construcción de un nuevo futuro. Hostos veía la educación no solo como un derecho fundamental, sino como el camino para alcanzar la libertad y la autodeterminación. Desde su perspectiva, una sociedad ilustrada sería capaz de resistir tanto la opresión interna como las imposiciones externas.

2.4 El Despertar de una Identidad Cultural y Política

La combinación de la invasión estadounidense y los ideales de Hostos germinó en una etapa de profunda reflexión para los puertorriqueños. Por un lado, la anexión por una nueva potencia colonial alteró radicalmente las estructuras políticas y económicas de la isla. Por otro lado, pensadores como Hostos alentaron un renacimiento cultural al desafiar las narrativas impuestas y plantar semillas de un patriotismo renovado.

Hostos no solo soñó con una Puerto Rico libre, sino también con una sociedad que abrazara su riqueza cultural mientras mantenía los pies firmemente plantados en los principios universales de igualdad y justicia. Su visión trascendía los confines políticos, proponiendo una identidad puertorriqueña que pudiera dialogar tanto con el pasado colonial como con las influencias modernas.

En resumen, el año 1898 no es solo un punto de referencia histórico, sino el catalizador para el despertar de una conciencia colectiva en Puerto Rico. Mientras las fuerzas extranjeras redibujaban las fronteras y sistemas de poder, figuras como Eugenio María de Hostos demostraron que la verdadera liberación comienza en las ideas y actitudes de un pueblo. Su obra y legado, marcados por los ideales de educación, emancipación y solidaridad, no solo le dieron forma a una era, sino que sentaron las bases para las luchas y aspiraciones que definirían a Puerto Rico en el siglo XX y más allá.

Este capítulo pone en perspectiva cómo los eventos de 1898 y la visión de Hostos no solo moldearon la historia puertorriqueña, sino que siguen resonando en las conversaciones sobre identidad, libertad y progreso.


La figura cimera de Eugenio María de Hostos será el centro aglutinador de la nueva personalidad boricua en el nuevo milenio. El puertorriqueño de la Nueva Era Acuariana será Hostosiano por su disciplina, por su respeto al derecho ajeno, por su sensibilidad moral, por su visión amplia y erudita, por su profundo conocimiento de sí mismo y, por lo tanto, del prójimo. Eso lo hará virilmente noble y gentilmente asertivo ante la incertidumbre y la adversidad. No se crece odiando lo que no se es, muchas veces proyectado en otros, sino amando y anhelando lo que se será: hombres y mujeres liberados por su propio esfuerzo en busca de la verdad y la justicia; amparados en la moral, la moral social vislumbrada por el primer nacional puertorriqueño que presagiara la Nueva Era Acuariana.

Puerto Rico, como todas las naciones del mundo, tiene un rol específico en la inminente transformación mundial hacia una Nueva Era Acuariana. Para cumplir ese rol, Puerto Rico necesita afirmar su carácter nacional y reencontrar sus raíces espirituales. Estas raíces probablemente se remonten a mucho antes del 1493, quizás hasta la Atlántida misma.

Disciplinado en el deber; erudito en el saber; intuitivo, sereno y culto; noble amante de la belleza; sencillo y compasivo; firme ante la adversidad; resuelto ante la maldad; tolerante ante la disidencia; y perseverante hasta la realización de su destino. Ese es el puertorriqueño quien, como retoño nutrido por la fuerza de la Vida misma, dará honra a la Hija del Mar y el Sol en la Nueva Era.

Extracto de Hostos Acuariano. Una discusión mas extensa del tema de los “rayos” mencionados en este artículo se encuentra aquí.


2.5 Paralelos históricos

2.5.1 Benito Juárez

Benito Juárez fue un político y jurista oaxaqueño que emergió del liderazgo liberal del siglo XIX y se convirtió en el símbolo de la resistencia a la intervención extranjera y de la consolidación del Estado laico y republicano en México. Su carrera pública —marcada por la defensa de la soberanía nacional durante la intervención francesa y por la promulgación de reformas que separaron a la Iglesia del Estado— lo colocó como piedra angular de la conciencia cívica moderna mexicana.

2.5.2 Benito Juárez

Benito Juárez, político y jurista oaxaqueño, surgió del liderazgo liberal del siglo XIX y se erigió como el símbolo de la resistencia frente a la intervención extranjera y de la consolidación del Estado laico y republicano en México. Su carrera pública estuvo marcada por la defensa de la soberanía nacional durante la intervención francesa y por la promulgación de reformas que separaron a la Iglesia del Estado, colocando a Juárez como piedra angular de la conciencia cívica moderna mexicana. La coherencia entre su trayectoria personal y su proyecto político convirtió su figura en referente para quienes buscaban una nación gobernada por leyes, no por privilegios.

Una conciencia nacional

Las reformas jurídicas impulsadas por Juárez, reunidas en las llamadas Leyes de Reforma, redujeron el poder económico y político de la Iglesia y promovieron la secularización del espacio público, estableciendo un marco institucional que privilegiaba la ciudadanía, el derecho y la administración civil. Su liderazgo durante la agresión imperial francesa reforzó un sentido colectivo de independencia y legitimidad estatal que ancló una memoria cívica dedicada a la integridad territorial y a la estabilidad republicana. Al imponer un orden liberal explícito, Juárez no solo defendió principios abstractos, sino que facilitó la transferencia a la élite y a las clases medias de la prioridad por construir instituciones modernas capaces de atraer inversión, desarrollar infraestructura y sostener reformas económicas posteriores. Estas transformaciones culturales e institucionales volvieron más factible, en las décadas siguientes, un proyecto de modernización centrado en el orden y el crecimiento material, y dejaron una impronta duradera en la imaginación política mexicana.

Eugenio María de Hostos y Luis Muñoz Marín en Puerto Rico

Eugenio María de Hostos y Luis Muñoz Marín ocupan posiciones complementarias en la génesis y ejecución de un proyecto de nación en Puerto Rico, uno formulador de fundamentos morales e intelectuales y el otro artífice pragmático de políticas públicas orientadas al desarrollo social. Hostos postuló la escuela, la pedagogía moderna y la formación cívica como condiciones previas e indispensables para la autonomía y el progreso antillano, concebidos como una obra colectiva de elevación cultural. Su mirada transnacional y su defensa de la educación como herramienta de emancipación sentaron las bases de una ciudadanía crítica capaz de legitimar transformaciones institucionales profundas.

El sustrato creado por Hostos encuentra un paralelo en México con la labor de Benito Juárez, cuya reforma jurídica y defensa de la soberanía produjeron un marco institucional que hizo posible una modernización posterior; en Puerto Rico, esa función se articularía de modo práctico en la obra política de Muñoz Marín. Muñoz Marín tomó elementos de la pedagogía cívica y los incorporó a la administración pública para consolidar una conciencia nacional orientada al desarrollo económico con fines sociales, impulsando programas de vivienda, salud y educación que buscaban ampliar la inclusión y la legitimidad del Estado.

La relación entre pensamiento y acción aparece como una constante histórica: Hostos trabajó sobre la conciencia y la formación ciudadana para legitimar cambios, Juárez lo hizo mediante la ley y la defensa del Estado, y Muñoz Marín articuló ambos legados en políticas concretas. Esta continuidad muestra que preparar la opinión pública y fortalecer la ciudadanía son prerrequisitos recurrentes para que los proyectos de modernización encuentren aceptación y arraigo.

La comparación entre trayectorias también exige contraste crítico. Mientras que el ciclo “reforma moral e institucional → modernización material” se repite, el carácter del régimen que conduce la modernización determina su rumbo distributivo y democrático. En México, la transición del orden juarista hacia el porfirismo demostró que la modernización sin inclusión genera tensiones que pueden desembocar en conflicto; en Puerto Rico, Muñoz Marín pretendió un camino más redistributivo, usando el Estado como motor de bienestar sin reproducir íntegramente los rasgos autoritarios del Porfiriato, aunque enfrentó sus propias limitaciones y críticas sobre dependencia económica y centralización estatal.

La lección comparada es clara: la formación de una conciencia nacional mediante la educación, la afirmación de la soberanía y la consolidación institucional facilita el desarrollo, pero la dirección moral y política que adopten las élites gobernantes y las políticas concretas determinarán si ese desarrollo avanza hacia la inclusión o reproduce exclusiones. Hostos y Muñoz Marín ofrecen, en combinación, una vía que vincula la pedagogía cívica con políticas sociales orientadas a la justicia, manteniendo abierta la pregunta sobre los límites y riesgos de la modernización estatal.

2.5.3 Porfirio Díaz y el proyecto de modernización

El Porfiriato consolidó una continuidad técnica que capitalizó las instituciones y la legitimidad estatal heredadas de la reforma liberal, desplegando el ideal de “orden y progreso” en obras concretas: ferrocarriles, puertos, infraestructura urbana y atracción de inversión extranjera que aceleraron la modernización económica del país.

Esa modernización técnica se articuló, sin embargo, a través de un régimen autoritario y clientelar que restringió la participación democrática y profundizó desigualdades rurales y laborales, evidenciando los límites de una modernidad centrada solo en eficiencia y crecimiento cuando no se acompaña de inclusión social y respeto a derechos.

El Estado actuó como agente principal del cambio, imponiendo un desarrollo dirigido desde la cúpula, pero su eficacia en generar resultados materiales convivió con tensiones crecientes sobre la democracia y la justicia, configurando un balance inestable entre estabilidad aparente y represión organizada.

Juárez preparó cultural e institucionalmente el terreno al fortalecer la legalidad, la soberanía y la prioridad del Estado como motor nacional; Díaz aprovechó esa base para aplicar un progreso acelerado cuya legitimidad se sostuvo en la estabilidad y en resultados económicos, pero a costa del pluralismo político y de la equidad social.

En comparación, Luis Muñoz Marín en Puerto Rico condujo también un proceso estatal de industrialización y modernización que priorizó crecimiento, orden y construcción institucional, pero lo acompañó con instrumentos de bienestar social —vivienda, salud y educación— y un énfasis explícito en la redistribución y la legitimidad democrática, ofreciendo una variante donde el impulso modernizador se combina con políticas sociales destinadas a mitigar exclusiones.

La diferencia crucial entre ambos modelos reside en la presencia o ausencia de mecanismos deliberativos y protecciones de derechos: ambos usaron el Estado como motor del cambio, pero sus resultados en términos de inclusión y justicia dependieron de las prioridades políticas y de la capacidad para emparejar desarrollo material con participación y seguridad social.

2.5.4 Diego Rivera: Tierra y Libertad

Tierra y Libertad
Tierra y Libertad

2.5.5 Diego Rivera y el lema “Tierra y Libertad”

Diego Rivera incorporó de manera prominente el lema “Tierra y Libertad” en su ciclo muralístico La epopeya del pueblo mexicano, realizado entre 1929 y 1935 en la escalera del Palacio Nacional de la Ciudad de México, transformando una consigna política en emblema visual de la lucha campesina y de la justicia social que alimentó la Revolución. En el mural, la frase no aparece como un simple eslogan, sino como un signo cargado de memoria histórica: Rivera lo asocia con imágenes de jornaleros, reformas agrarias y reclamaciones populares por el acceso a la tierra, con lo cual convierte la pared en un archivo público que reivindica la dignidad campesina y la soberanía social.

El lema riveriano remite a las consignas agrarias del México revolucionario —promovidas por el Partido Liberal Mexicano y difundidas por líderes y periodistas revolucionarios— y en la iconografía de Rivera funciona como puente entre pasado y presente, haciendo visible la continuidad de las demandas rurales dentro del proyecto republicano posrevolucionario. Su fuerza simbólica radica en articular lo material y lo moral: la tierra como base de sustento y pertenencia, la libertad como horizonte político y la dignidad como derecho inalienable.

La afinidad semántica entre “Tierra y Libertad” y fórmulas más amplias como “Pan, Tierra y Libertad” revela una lógica común que combina subsistencia, tenencia de la tierra y libertad política; ambas consignas sintetizan legitimidad social para políticas transformadoras. Sin embargo, su genealogía y énfasis histórico divergen: el “Tierra y Libertad” de Rivera y de la Revolución mexicana brota de una lucha agraria contra los latifundios y aspira a una reforma radical de la propiedad, mientras que “Pan, Tierra y Libertad”, empleado en contextos reformistas o populistas, articula demandas sociales más amplias que incluyen empleo, vivienda y bienestar.

En el caso de Puerto Rico, la resonancia moral de “pan, tierra y libertad” aparece en la retórica de proyectos estatales como Operación Manos a la Obra (finales de los años 1940 hasta los 1960), donde la promesa de empleo industrial representa el “pan”, las políticas de vivienda y los instrumentos de crédito apuntan al “hogar y la tierra”, y la aspiración de mayor autonomía civil evoca la “libertad”. En la práctica, esa operación privilegió la industrialización mediante incentivos a capital extranjero y el proceso de urbanización, al tiempo que promovió programas de vivienda y cierto acceso al crédito para familias; no obstante, no impulsó una reforma agraria radical comparable a la mexicana, lo que evidencia la distancia entre la retórica de reivindicación y las limitaciones concretas de diseño y alcance de las políticas implementadas.

2.5.6 Pan, Tierra y Libertad

El lema “Pan, tierra, libertad”, ícono de la “Pava” del Partido Popular Democrático fundado por Muñoz Marín y escrito por Gabriel Negrón Meléndez, adapta el lema “Tierra y libertad” del revolucionario mexicano Emiliano Zapata y otras figuras liberales latinoaméricanas.

La Pava Popular
La Pava Popular

Jalda Arriba

por Johnny Rodríguez

Jalda Arriba va cantando el popular
Jalda arriba siempre alegre va riendo
Va cantando porque sabe que vendrá
La confianza que ha de tenerlo contento
Jalda Arriba hacia al futuro marchará
Un futuro de paz y prosperidad
Jalda Arriba va triunfante va subiendo
Jalda Abajo van los de la oposición.

Parallelos y contrastes políticos y simbólicos

Existen paralelos claros entre las consigas y proyectos que hemos comparado: ambos recurren a un lenguaje sencillo y simbólico capaz de movilizar apoyo social en favor de programas nacionales de desarrollo, ambos colocan al Estado en el centro como agente transformador y ambos ponen el acento en mejorar condiciones materiales básicas como el alimento y el empleo, la vivienda y la tierra, y la dignidad cívica. Esa semejanza retórica y funcional muestra cómo fórmulas cortas y potentes pueden convertir demandas sociales en legitimidad política para políticas públicas de gran alcance.

No obstante, los contrastes son decisivos. En México la consigna nace de una revolución campesina y de una confrontación armada que exigía redistribución agraria profunda; en Puerto Rico, la misma gramática retórica fue incorporada dentro de un proyecto de modernización administrativa planificado y dependiente en gran medida de inversión estadounidense. El alcance de la reforma de la tierra difiere radicalmente: mientras la Revolución mexicana buscó desmontar latifundios y reordenar la propiedad rural, en Puerto Rico las políticas privilegiaron la vivienda urbana, la industrialización y medidas parciales para pequeños propietarios, sin una redistribución agraria masiva. Asimismo, la relación con el capital extranjero marca otra diferencia: la modernización puertorriqueña apoyó explícitamente la inversión externa y exenciones fiscales, en contraste con las aspiraciones mexicanas —cuando fue posible llevarlas a cabo— de mayor control nacional sobre la economía y la tierra.

En síntesis, la iconografía de Rivera y su “Tierra y Libertad” representan la reivindicación agraria y la radicalidad social de la Revolución mexicana, mientras que el compuesto “Pan, Tierra y Libertad”, movilizado retóricamente en contextos como Manos a la Obra, adapta esa gramática a un proyecto distinto: un programa estatal de industrialización y bienestar social que prioriza orden, técnica y crecimiento apoyado en capital externo, con ambiciones redistributivas más acotadas y con límites democráticos y estructurales diferentes a los que originaron la consigna en México.

2.5.7 Hostos y Vasconcelos

Eugenio María de Hostos y José Vasconcelos comparten el perfil de intelectuales pedagogos que imaginaron la regeneración de sus sociedades mediante la educación y la cultura, concebidos como condiciones previas del progreso material y moral. Hostos formuló una pedagogía cívica orientada al pan‑antillanismo y a la formación de ciudadanos críticos capaces de sustentar proyectos de autonomía regional, mientras que Vasconcelos articuló en México un programa masivo de reconstrucción cultural posrevolucionaria que reivindicó la escuela pública, las artes y la alfabetización como pilares de la integración nacional.

Vasconcelos promovió la expansión de la enseñanza gratuita, el establecimiento de bibliotecas y misiones culturales y el patrocinio de las artes públicas, legitimando la cultura como herramienta política para unir a un país fragmentado tras la guerra. Su apoyo decidido al muralismo convirtió el arte público en un lenguaje pedagógico y en un archivo visual de la historia nacional. Hostos, por su parte, insistió en la formación cívica y en la pedagogía como práctica moral: para él, la escuela debía cultivar la autonomía intelectual y el sentido de deber colectivo necesarios para cualquier proyecto de emancipación antillana.

En lo teórico, Vasconcelos dejó una obra provocadora y polémica cuya expresión más conocida es La Raza Cósmica, un ensayo que propone el mestizaje iberoamericano como síntesis cultural con potencia universal; su postura combinó un anti‑positivismo regeneracionista con una fe en la cultura como fuerza redentora. Hostos sostuvo una teoría educativa menos especulativa y más práctica, centrada en métodos pedagógicos, disciplina cívica y la creación de instituciones formativas capaces de elevar el capital humano de sociedades coloniales o semicoloniales.

Ambos pensadores buscaron democratizar el acceso al capital cultural, aunque lo hicieron desde marcos contextuales diferentes: Vasconcelos actuó en el México posrevolucionario con la maquinaria estatal y proyectos de alcance nacional; Hostos desplegó una actividad transnacional y formativa orientada a las islas y a la creación de una conciencia regional que antecediera cualquier proyecto político de autonomía. Esa diferencia de escala no borra la afinidad metodológica: la educación como primera política, la cultura como legitimadora y la formación ética como fundamento de la ciudadanía moderna.

El legado de Vasconcelos se percibe en la institucionalización de la educación pública mexicana, en la infraestructura cultural que ayudó a construir y en la influencia de sus ideas sobre identidad e integración regional durante el siglo XX. El legado de Hostos perdura en la pedagogía cívica antillana, en la insistencia sobre la formación crítica como prerrequisito de la autonomía y en la memoria intelectual de movimientos educativos que buscaban transformar estructuras sociales desde la escuela. Juntos representan dos caras de una misma convicción: que sin una transformación cultural y formativa, cualquier ambición de modernidad material queda huérfana de sentido.

La Raza Cósmica

La Raza Cósmica, ensayo publicado por José Vasconcelos en 1925, propone la idea de una quinta raza surgida del mestizaje en Iberoamérica y sostiene que esa mezcla cultural y racial inaugura una nueva civilización universal capaz de superar las limitaciones y conflictos del Viejo Mundo. Vasconcelos afirma que la confluencia de los grandes grupos raciales en América generará una especie humana con potencial espiritual y creativo superior, apta para encabezar una etapa renovadora de la humanidad basada en síntesis cultural y elevación estética.

Entre los temas y argumentos centrales del ensayo destacan la concepción del mestizaje como destino histórico y motor de síntesis cultural, la crítica al racismo biológico y al darwinismo social con una relectura optimista del encuentro de razas, la formulación de una jerarquía teleológica de civilizaciones que progresa desde el apetito hacia la razón y la voluntad espiritual, y la confianza en la educación y la cultura como instrumentos de redención social. La estética y la espiritualidad ocupan un lugar nuclear en la regeneración propuesta, y Vasconcelos coloca al artista y al educador en el papel de guías morales de ese proceso.

Existen correspondencias claras entre Vasconcelos y Eugenio María de Hostos, pues ambos celebran el mestizaje y ubican la educación y la cultura como fuerzas transformadoras para los pueblos iberoamericanos. En los escritos de Hostos —desde el ensayo El cholo, donde defiende al mestizo frente al racismo y revalora la mezcla como base ética y cultural, hasta La peregrinación de Bayoán, que critica el colonialismo y explora la identidad caribeña— se encuentran reflexiones que dialogan con la apuesta vasconcelista por la mezcla y la regeneración. Los ensayos pedagógicos de Hostos y sus discursos sobre identidad americana insisten en la escuela como herramienta central para formar ciudadanos críticos y para integrar culturas y razas dentro de proyectos republicanos y pan‑antillanistas.

Los paralelos temáticos son evidentes: ambos conciben el mestizaje como potencia creativa, sitúan la educación y la cultura en el centro de la transformación social, y comparten un universalismo latinoamericano que visualiza a las Américas como capaces de sintetizar y superar las fracturas de la civilización occidental. No obstante, conviene señalar diferencias importantes en estilo y fundamento epistemológico: Hostos se apoya en un racionalismo pedagógico y en el liberalismo republicano, mientras que Vasconcelos incorpora matices místicos y estéticos y formula una visión teleológica de la raza cósmica. En lo político también divergen: Hostos enfatiza federación, educación ciudadana y un anti‑colonialismo concreto de alcance transnacional, y Vasconcelos articula un proyecto cultural estatal centralizado ligado al posrevolucionismo mexicano. Finalmente, existen riesgos y ambivalencias distintas en cada caso: Hostos tiende hacia posiciones reformistas y universalistas, mientras que en Vasconcelos aparecen pasajes que han sido leídos como jerárquicos o elitistas en relación con la idea de elevación cultural de la raza mestiza.

En conjunto, Hostos y Vasconcelos ofrecen dos respuestas afines pero distintas a la pregunta de cómo transformar sociedades a partir de la cultura y la educación: una más práctica y pedagógica, la otra más metafísica y estética, y ambas sostienen la convicción de que sin una regeneración formativa cualquier proyecto de modernidad material quedará desprovisto de fundamento ético y simbólico.